jueves, 30 de abril de 2009

Órden de Calatrava

Su origen se debe a un gesto heroico. La ciudad de Calatrava, junto al río Guadiana, había sido arrebatada a los árabes por Alfonso VII en 1147. Dada la importancia estratégica del lugar como baluarte avanzado de Toledo ante los moros, tras la corta posesión por parte de ciertos magnates, el rey quiso asegurar su defensa entregándola en 1150 a la Órden del Temple, ya que por aquellas fechas no existían los ejércitos regulares, ni era fácil poblar las zonas de frontera. Unos años más tarde, ante el empuje islámico, el Temple dio la empresa por perdida, y devolvió la fortaleza al sucesor de Alfonso, el rey Sancho III. Ante la situación creada y el inminente peligro, éste reunió a sus notables y ofreció Calatrava a quien se hiciera cargo de su defensa. Entre la sorpresa y las bromas de los nobles, don Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, alentado por el monje de su monasterio Diego Velázquez, que había sido previamente guerrero, aceptó el reto. Al no haber alternativa, el rey cumplió su palabra, entregando Calatrava a los monjes de Fitero mediante donación realizada el 1 de enero de 1158 en Almazán. Ellos, por su parte, formaron en poco tiempo un ejército de más de 20.000 monjes-soldado, uniendo, a los que había conseguido organizar fray Diego Velázquez en las cercanías de Calatrava, los que había reclutado Don Raimundo en el reino de Aragón. Ante tal multitud, los árabes rehusaron entrar en batalla, retirándose hacia el sur.

Como el compromiso de defender Calatrava se mantenía y resistiéndose con el tiempo los caballeros a tener por superior a un Abad del Cister y vivir entre los monjes, decidieron elegir un Maestre de la Orden. Los monjes se retiraron a Ciruelos y los caballeros a Ocaña, donde se convirtieron en una Orden militar, la primera hispana, que adoptó el propio nombre del lugar. El primer Maestre de la Orden fue Don García, que obtuvo del Císter y del Pontificado la primera regla. Esta regla, modelada sobre las costumbres cistercienses para hermanos laicos, impuso sobre los caballeros, además de las obligaciones de los tres votos religiosos (obediencia, castidad y pobreza), las de guardar silencio en el dormitorio, refectorio (comedor) y oratorio; ayunar cuatro días a la semana, dormir con su armadura, y llevar, como única vestimenta, el hábito blanco cisterciense con la simple cruz negra (luego roja, a partir del siglo XIV) "flordelisada": una cruz griega con flores de lis en las puntas, que en el siglo XVI se configuró definitivamente como hoy se conoce.

Fernando el Católico logró ser elegido Maestre de la Orden en 1477 por una bula papal, y a partir de él todos los reyes de España revalidaron el título. Bajo el mando de los sucesivos monarcas, y con la reconquista de la península finalizada, gradualmente fueron desapareciendo tanto el espíritu militar como el religioso. Con el tiempo, su única razón de existir era la generación de ingresos, procedentes de sus grandes dominios, y la conservación de sus reliquias.

Confiscados los bienes de la Orden por disposición de José I en 1808, fueron restituidos en 1814 por Fernando VII, para acabar definitivamente secularizados en 1855 por Pascual Madoz. La Primera República Española suprimió la Orden, que se restableció en 1875 con el Papado como encargado de regular su disciplina interna. En la actualidad, la orden es una institución honorífica.

La importancia que con sus posesiones y poder llegó a adquirir esta orden, fue tan grande que sus maestres se convirtieron en verdaderos príncipes eclesiásticos, mimados y respetados por los reyes, que los admitían en sus consejos, y a quienes llamaban a concilio los papas. Esta posición predominante recibió el primer golpe con la incorporación del Maestrazgo a la Corona.

Se compuso en sus orígenes de religiosos y caballeros profesos, que vivieron casi desde el principio separados, habiendo entre los primeros solamente el número necesario para su dirección espiritual. Aquellos debían presentar para su admisión las pruebas de nobleza de las que se ha mostrado siempre muy celosa esta orden, y hacer los votos ordinarios, comprometiéndose a proteger la fe católica y a guerrear sin descanso contra los moros.

El pretendiente que quería ingresar en la orden tenía que probar con sus cuatro primeros apellidos ser hidalgo de sangre a fuero de España, y no de privilegio, con escudos de armas, él, padre, madre, abuelos, abuelas, sin haber tenido oficios él, ni sus padres ni sus abuelos. Tampoco se puede conceder hábito a las personas que tengan razas ni mezclas de judío, moro, hereje, converso o villano, por remoto que sea, ni el que haya sido o descienda de penitenciado por actos contra la fe católica, ni el que haya sido o sus padres o sus abuelos, procuradores, prestamistas, escribanos públicos, mercader al por menor, o haya tenido oficio por el que haya vivido o vivan de su esfuerzo manual, ni el que haya sido infamado, ni el que haya faltado a las leyes del honor o ejecutado cualquier acto impropio de un caballero perfecto, ni el que carezca de medios decorosos con los que atender a su subsistencia.

(FUENTES: wikipedia.org; heraldia.com)

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