lunes, 25 de mayo de 2009

Hashsashin

Dice la leyenda que durante el asedio de Alepo, en la primavera de 1176, el gran caudillo musulmán Saladino estuvo a punto de perder la vida a manos de un silencioso asesino que se infiltró en su tienda para dejarle una advertencia Se trata de uno de los episodios más conocidos de la trayectoria histórica de la misteriosa secta de los asesinos, una clandestina institución medieval que influyó notablemente en el panorama político del mundo musulmán, mediante el ejercicio de una violencia política inusitada en la época: la eliminación selectiva de poderosos personajes que eran considerados enemigos para los miembros de este extraño grupo. La existencia de estos guerreros de la sombra, mortíferos espías que no dudaban en dar su vida para llevarse consigo la de su objetivo, está envuelta en el mito, por un aparte a causa del propio impacto que tuvieron dentro de la historia del Islam, y por otra gracias a los testimonio exóticos y poco rigurosos de los europeos que llevaron a Occidente los ecos de esta secta. Pero, ¿Quiénes eran realmente estos asesinos y cómo actuaban?

Su origen hay que buscarlo en las disensiones internas del mundo musulmán, que en torno al año 765 iba a presenciar el surgimiento dentro del chiísmo de una rama minoritaria y de fuerte carácter místico: el islailismo. El hecho de que esta corriente surgiera dentro de un grupo ya minoritario del Islam, sumado a su profundidad ideológica y su marcado carácter esotérico, facilitaron que se mantuviese como un reducto poco conocido, pero fieramente perseguido desde el califato de Bagdad. Con el paso del tiempo, los ismailíes, que habían mantenido sus cultos en secreto, llegarían a ocupar una posición poderosa en Egipto, con la ascensión de la dinastía fatimi. Pero a finales del siglo XI, y bajo el liderazgo de un carismático personaje conocido como Hassan al- Sabah, “el Viejo de la Montaña”, una rama de esta corriente extremista del chiísmo residente en Irán se separó de sus hermanos egipcios, defendiendo una interpretación aún más críptica y misteriosa del Corán de la que proponía su tronco de origen, y propugnando un ascetismo extremo. Los nizaríes, como se les llamó, consiguieron afianzarse en un aplaza fuerte llamada Alamut, una fortaleza situada en un recóndito valle del norte de Irán, cercana a las orillas del Mar Caspio. El hecho es que las luchas de poder entre el gobernador de esta fortaleza y el propio Hassan al-Sabah habrían desembocado en la caída del primero y la ascensión del carismático predicador, el cual obtuvo mediante este golpe de efecto un centro de operaciones desde el que dominar a sus seguidores, en principio radicados solamente en la zona de Irán.

Aquí comienza, propiamente dicha, la historia de la secta que en poco tiempo organizó un poderoso y complicado entramado de seguidores repartido por todo el mundo islámico. Aunque las leyendas que rodearon su actividad sostuvieron y sostienen que su único centro era el cuartel general de Alamut, desde donde el Viejo de la Montaña regía las operaciones de sus homicidas políticos, lo cierto es que los nizaríes contaban con numerosos castillos, estratégicamente situados en puntos extremadamente propicios para ser defendidos, que salpicaban la geografía siria e irania. También mantenían grupúsculos en las ciudades más importantes de Oriente Próximo y el arco mediterráneo, lo que les daba una capacidad de movimiento muy amplia. Cada comunidad estaba regida por un shayj que recibía órdenes de un jefe superior con el que jamás se veía, de modo que si cualquier estructura menor era destruida o desaparecía, el funcionamiento de la organización no se resentía. En última instancia, todas las redes confluían en Alamut. Esta potente estructura y la gran operativa que aseguraba les permitió llevar a cabo asesinatos con un importante peso político, como el del califa fatimí al-Mutansir o el califa abatida al-Mutarshid, en cuya rama sembraron la muerte al asesinar a su hijo y otros familiares cercanos. Los asesinatos se llevaban a cabo a plena luz del día, pues al parecer una de las pretensiones de la secta era precisamente la notoriedad de sus actos y daban a estas eliminaciones un carácter ejemplarizante, que sancionaban con el sentido sagrado y místico de sus obras. Todo esto sirvió para alimentar la leyenda entre los propios musulmanes, la mayoría de los cuales desconocían los entresijos de esta corriente extremista de su religión, y por ello, tras la muerte de Hassan al-Sabah, que podemos situar dudosamente a finales del siglo XI y principios del XII, se siguió hablando del Viejo de la Montaña, que de este modo se tornó en una figura misteriosa y eterna. Nadie conocía la identidad de este personaje, que eternamente se encontraba detrás de los crímenes políticos de mayor alcance. No obstante, aunque el éxito de las acciones nizaríes fue en ocasiones muy alto, y a pesar de que tanto los selyúcidas como el propio Saladito llevaron a cabo campañas bélicas contra sus posiciones sin ningún fruto, lo cierto es que también fueron muchos los casos de fracasos que acababan con la muerte del asesino sin que hubiera logrado su cometido.

La secta, que se autodenominaba como “la nueva doctrina”, continuó ejerciendo presión política con sus medios habituales de forma intermitente tras la muerte de su primer y más representativo líder. Sin embargo, entró en una grave crisis tras el gobierno del cuarto de sus líderes, Hassan II, quien se aparó de forma tan notoria de la ortodoxia de la fe musulmana que fue asesinado por uno de sus propios seguidores, en un acontecimiento que demostraba la desunión interna de los nizaríes y el hecho de que habían perdido el rumbo de forma definitiva.

Resulta paradójico que conozcamos en la actualidad a este grupo como la secta de los Asesinos, ya que la propia palabra “asesino” proviene del nombre despectivo con que sus enemigos llamaban a los seguidores de Hassan al-Sabah. Este apelativo era el de Hashashin, que significa literalmente “consumidores de hachís” y se debe a los numerosos rumores que circulaban a cerca de ellos. Se decía que Alamut era una lujosa fortaleza llena de inquietantes secretos, a la que solamente los iniciados podían acceder ya que estaba oculta en un sinuoso valle. Se suponía que para acceder a ella había que cruzar una cascada y un pasaje que ascendía hasta una montaña, donde se situaba finalmente el recinto fortificado de estos intrigantes guerreros. Otra de las historias más conocidas, que ha llegado incluso a nuestros días, sostenía que en lo más profundo del castillo, el Viejo de la Montaña tenía un patio o jardín repleto de víveres y animales, y donde residían hermosas mujeres; jardín que utilizaba para engañar a sus adeptos, a quienes drogaba con hachís y enseñaba el lugar, diciéndoles que era la entrada al paraíso y que para ganar un puesto en aquel onírico espacio debían obedecer sus ordenes. Por supuesto, solamente se trata de leyendas, y no se ha podido comprobar que los miembros de esta organización utilizasen el hachís para ningún fin concreto. Algunos expertos sostienen que podría tratarse de un mito tejido alrededor de una auténtica doctrina de entrenamiento espiritual y físico muy fuerte, en la que la ascesis fuera indispensable, y en cuyos métodos podrían tener cabida ciertos narcóticos como el hachís. Pero no hace falta señalar que los naziríes formaban una rama extremadamente fundamentalista y fanática del Islam puesto que, de hecho, la mayoría de las fuentes sunnitas e incluso chiitas no los consideraban en muchos casos ni siquiera como musulmanes, y que en tales circunstancias no es necesario más que un mensaje cuidadosamente dirigido para alentar a actos como el asesinato político o la inmolación. Sea como fuere, la prueba de que las acciones de esta secta de Asesinos se servían más de su fama y del terror que suscitaban que de su propio poder, está en el drástico final de su historia. Presionados por los mogoles, que arrasaban el territorio en oleadas sucesivas desde el Lejano Oriente, fueron víctimas de su propia debilidad. Hulegu Khan, nieto del mítico Genghis Khan y hermano del gran gobernador mongol Kublai Khan, entró en el territorio dominado por los nizaríes y destruyó Alamut en 1256. La caída de la fortaleza principal precipitó la desarticulación de todo el resto de la secta, cuyas células se interconectaban de forma piramidal. Progresivamente fueron eliminados de lo que se había convertido en el Janato de Persia y más tarde también derrotados en Siria por los mamelucos, la dinastía que había ascendido desde Egipto gracias a la destrucción sembrada por los mongoles en Bagdad y Damasco. De esta forma desaparecieron los Asesinos que habían aterrorizado a Oriente y que pasaron a ser un eco legendario en la profundidad de la Historia.

(FUENTE: A. LÓPEZ, “Hashsashín”, Memoria, la Historia de cerca, 15, 2008, pp.82-86)

No hay comentarios:

Publicar un comentario